EL EXTRAÑO BÍPEDO QUE SE VOLVIÓ CUADRÚPEDO
El viejo y terco Demiurgo, todavía seguía ensayando nuevas formas de vida en aquellos parajes, donde hacía ya muchos millones de años había terminado el reinado de los grandes reptiles, y ahora habían aparecido en escena animales que amamantaban sus críos. Esa mañana, de un día aún sin historia, un extraño animal, un bípedo bien erguido, estaba de pie sobre un promontorio que sobresalía del nivel del terreno de aquel verde y apacible valle. Desde allí miraba y controlaba cuanto acontecía a su alrededor, mientras curioso volteaba algunas hojas de los matorrales.
De pronto, un movimiento y ruido súbitos aguzaron su oído y vista. Allá abajo, por el flanco oriental del promontorio, un felino perseguía una presa a la que rápidamente atrapó y mató, y tranquilamente comenzó a comérsela. Al observar esto, el extraño animal sintió que el felino tenía razón en cazar y comerse a la presa porque debía tener hambre. Si el tuviera hambre ahora, y las garras y colmillos del felino, seguramente hubiera hecho lo mismo, aunque le habría costado mucho más trabajo cazar a la presa, en caso de intentarlo.
Cavilando en esto estaba, cuando escuchó un familiar griterío, esta vez por el costado occidental, que lo puso en guardia, y se agazapó para observar. Entonces vió en el valle dos animales semejantes a él, que peleaban entre sí y gruñían enfurecidos. Uno de ellos, hábilmente esgrimió una piedra larga y afilada con la cual atravesó la garganta del contrario, y lo mató de inmediato. Para su sorpresa, el matador no comenzó a comerse al muerto, como había hecho antes el felino, sino que gesticuló y pronunció algunos gritos dirigidos al muerto, como si éste pudiera oírlo; lo miró todavía con furia, y comenzó a alejarse como si nada hubiera pasado.
El extraño y hermoso animal se puso en pie y miró medroso a su alrededor por todo el valle, que había vuelto a una aparente normalidad. Súbitamente, su mente primitiva evocó las sombras o figuras que el fuego dibujaba en la cueva donde dormía, y, como en un ensueño, comenzó a ver pasar imágenes desconocidas y aterradoras donde aparecían animales semejantes a él pero vestidos con ropas, que adoraban dioses, que vivían en casas y ciudades, y trabajan en fabricas y andaban en carros, y vendían y compraban cosas, y se robaban y guerreaban, y se odiaban y mentían, y se esclavizaban y mataban, unos a otros. De pronto, las imágenes se pararon y quedó una sola, sobrecogedora: mostraba la Tierra totalmente desolada y una doliente muchedumbre de semejantes que marchaban a un éxodo sin destino.
Entonces hizo algo asombroso: se miró los dedos de las manos, cogió y observó una piedra, alzó la vista hacia arriba, soltó la piedra, caviló y dudó un instante, y luego se puso en cuatro patas y comenzó a bajar lentamente del promontorio, ya sin cavilar más.
En el valle todo quedó inmóvil, y en la Naturaleza se escuchó un silencio estremecedor, como si un mal presagio acabara de ocurrir. En la Tierra quedaron dibujadas las dos singulares huellas de aquel extraño y sorprendente animal, quizás como testimonio de que alguna ves hubo una esperanza. En algún lugar del Universo, la faz del viejo y taciturno Demiurgo se ensombreció, pensando en qué había fallado esta vez.